miércoles, 28 de enero de 2009

Joaquín Rucoba y Octavio de Toledo, el arquitecto del Beti-Jai






Joaquín de Rucoba y Octavio de Toledo nació en Laredo (Cantabria) el 13 de enero de 1844, hijo de Ángel de Rucoba, Coronel de Caballería y Cadete de la Guardia de Corps de Isabel II, y María Octavio de Toledo e Igal, perteneciente a una aristocrática familia navarra de Corella. El padre también descendía de hidalga estirpe montañesa de la que se tiene noticias que datan al menos de finales del siglo XVI, cuando Juan de Rucoba y su esposa María de Gándara dotaron por testamento bienes para el mantenimiento de la Ermita, fundada por ellos, de Santa Ana de Tarrueza, lugar cercano a la villa de Laredo. Estos bienes ampliarían por el bisabuelo de nuestro personaje, Agustín Antonio de Rucoba de Villanueva, regidor capitular decano de los gremios de Laredo y boticario del mismo pueblo, casado con Marcela Camino Calderón de la Barca. Parece ser, pues, que toda la línea de los Rucoba ocupó siempre en la villa laredana cargos políticos y profesionales de relieve.
Joaquín Rucoba y Octavio de Toledo

Joaquín de Rucoba vivió desde niño en Madrid, donde trabajaba su padre, militar de formación liberal, al servicio de la reina Isabel, y allí estudiará la segunda enseñanza en el instituto de San Isidro, para ingresar en 1863 en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, hasta 1869 en que obtuvo su título, expedido el 22 de marzo de ese año, siendo el número dos de su promoción. A pesar de su indudable talento y dotes como dibujante, y de un apasionado interés por toda innovación en el campo de las técnicas constructivas, Rucoba ni siquiera aspirará a una beca en el extranjero para ampliar sus estudios, como hubiese sido de esperar y era costumbre entre los jóvenes más destacados, al carecer del respaldo económico e influencias necesarias por haber fallecido su padre hacía ya años.


Tras pasar el curso de 1869-1870 en Vergara (Guipúzcoa) como profesor en la Escuela de Maestros de Obras en dicha localidad, se casa con Clementina Alvarado Herrería, también laredana, con la que tendrá tres hijos: Joaquín, Francisco y Ángel. Ese mismo año de 1870, parte para Málaga donde ejercerá como Arquitecto Municipal de esta ciudad de 1870 a 1883. Allí construirá, entre otras obras, la Plaza de Toros de "La Malagueta" y el Mercado de Alfonso XII o "Las Atarazanas".







Planos originales
De 1883 a 1893 vivirá en Bilbao, siendo durante los tres primeros años Arquitecto Jefe de la sección de Obras Municipales, puesto del que dimite en 1886 para dedicarse particularmente al ejercicio de su profesión. Los proyectos más relevantes de este período serán el nuevo Ayuntamiento y el Teatro Arriaga. Es en estos años cuando queda viudo, volviendo a casarse en 1895 con una pariente, su prima Irene Octavio de Toledo Sánchez de Luna, con la que tendrá también descendencia: Ángel, en recuerdo de otro hijo de su anterior matrimonio ya fallecido, José María y Juan Antonio.

Después de una temporada en Madrid de 1893 a 1896, donde proyecta como obra más interesante el Frontón "Beti-Jai", vuelve a Málaga, cuyo clima había sido siempre beneficioso para su salud, y finalizará en esta ciudad numerosos proyectos de gran envergadura urbanística iniciados años antes, entre ellos el de la Calle Larios. Sin embargo, al poco tiempo, se traslada a Santander al ser requerido para realizar el Convento de las Salesas en esta ciudad, aunque ya desde 1890 había llevado a cabo obras en la provincia de manera circunstancial, concretamente en Castro Urdíales, Torrelavega (el palacio de Demetrio Herrero, actual Ayuntamiento) y, sobre todo, en su pueblo natal de Laredo, al que siempre se sintió muy vinculado (Escuelas del Doctor Velasco). En Santander residirá ya definitivamente al ser nombrado Arquitecto Diocesano del Obispado de Santander en 1900, edificando el Palacio Episcopal, entre otras muchas intervenciones, como la restauración de la Catedral.







Joaquín Rucoba falleció en 1919, el 18 de abril; sus restos descansan en la Ermita de Santa Ana de Tarrueza, heredada de sus antepasados montañeses, y que él mismo restauraría convirtiéndola en panteón familiar en 1891.
Plano fachada y sección

Fue Rucoba, hombre de fuerte temperamento, monárquico a ultranza y de profunda fe religiosa. Profesionalmente, trabajador incansable y continuamente preocupado por ampliar conocimientos. Paralelamente a su trabajo como arquitecto, desarrolló siempre una actividad pedagógica y cultural, ocupando diferentes cargos en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao, como académico de la Academia de San Telmo en Málaga y como miembro de las Comisiones Provinciales de Monumentos, destinadas a la salvaguarda y mantenimiento de los mismos, de Málaga y Santander respectivamente.


Biografía extraida del libro: Joaquín Rucoba. Arquitecto (1844-1919). Autora: Isabel Ordieres Díez. Publicado en 1986 por Ediciones Tantín

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